viernes, 11 de abril de 2014


Puedes vivir toda una vida con los ojos vendados,
con la gruesa venda de tu orgullo,
levantarte y caerte con tus propias fuerzas
buscando hacer lo recto de lo torcido,
buscando lograr el bien común,
incluso si para ello tienes que negociar en contra de tus principios;
pero no lo dices; lo ocultas, lo cayas, lo hechas en las sombras,
para que tu integridad no sea manchada con la debilidad de tu persona
Y aunque tu conciencia grita “hipócrita”
te sosiegas con el viejo dicho de “el fin justifica los medios”
y acumulas victorias que son sólo apariencias;
y en tu lecho de muerte fingirás una vida sincera
y pensarás que muchos enarbolarán tus victorias
tu ideología, tu sueño; tu destino ….. ¡Una mentira!
Porque un día todo lo oculto se pondrá a la Luz,
un día en que muchos sospechan pero lo niegan;
o lo rechazan, o les importa un bledo,
un día, el Señor de Señores juzgara las acciones de los hombres,
un día el Señor dirá “golpee a tu puerta, llamé; sabias que estuve allí y no me abriste;
yo estaba dispuesto a saciar tu sed de justicia, sólo debías llevar mi yugo que era liviano;
hubieses vivido en la verdad, en el gozo y el amor; la gloria de Dios hubiese estado en tu vida,
pero rechazaste mi protección y la gracia que es un regalo gratuito de vida eterna,
sólo por querer recibir aplausos,
sólo por demostrar que eras autosuficiente.
Sabías que estaba para vos,
pero la idea de soltar tu vida y ponerla en mis manos  
hería tu orgullo, hacía tambalear tus planes,
es por ello que buscabas la espiritualidad
en cosas de éste mundo;
te aferraste a la filosofía de las energías,
porque esa filosofía no te pide nada;
te aferraste a las ideologías humanistas
porque ella justificaba tu autosuficiencia
y tu capacidad de llegar a la perfección humana;
sin embargo mueres, y tu vida se convertirá en cenizas
¿y la perfección que nunca alcanzaste
pero que muchos  creyeron que sí?
también se volverán polvo
y todo lo que no viene de Dios, desaparecerá.
Pero si hubieses confiado en tu creador,
si te hubieses humillado reconociendo tus pecados
y que por ello morí por ti;
hubieses ganado la eternidad, que en el fondo de tu corazón
ansiabas con sed de justicia,
porque yo soy esa justicia.”

Diego Emilio Corzo.



viernes, 14 de marzo de 2014

El tiempo yace sin memoria..



El tiempo yace sin memoria
Y lo que tan intensamente era indestructible
Hoy es esparcido como inútil polvo que se pierde en el olvido.
La quise tanto que descendí al infierno para alcanzarla;
pero la amaba tanto, que decidí hacer de lo nuestro algo eterno;
y el amor, créanme; lo es.
Así fue que busqué lo sacrosanto para darle el perfecto amor
Más ella parecía que entendía sólo de “momentos”
Mientras se revelaba en mi vida la certeza de eternidades.
Hoy el tiempo es una verborragia del pasado,
acumulamientos de escombros;
Y entre ellos, brillando como una piedra preciosa,
la esperanza de volver amarla.

Diego Emilio Corzo


jueves, 10 de octubre de 2013



NO ME OLVIDES...

No me olvides, porque en el olvido hay ausencias,
hay espacios ganados llenos de nada;
hay tiempo que sobra en abundancia,
hay millones de caminos,
millones de propuestas,
infinidad de seres,
infinidad de tentaciones...
Pero si lo piensas un segundo,
ya no hay nosotros
y nosotros somos uno...
no me olvides, no te olvides, no te pierdas;
sabes donde hallarnos.

Diego Emilio Corzo.



domingo, 22 de septiembre de 2013

Tratando...

Tratando de no pensarte, más te pienso aún;
ya no sé si eres mi sombra o soy la tuya,
ya no sé, si soy contigo lo que soy,
porque sin ti, si soy yo;
el problema es que sin ti no vale la pena serlo.

Diego Emilio Corzo


miércoles, 3 de julio de 2013

Por Amor.



Esta noche sin cuerdas de guitarra
he de intentar en poesía
cantar de mi pecho a la tinta,
y de la tinta a la vehemente hoja,
unas cuantas tristes estrofas.

No sé si hoy ha sido un día vano,
que ha logrado aturdirme
con mis intentos de evadir
las consecuencias postreras,
de un adiós incierto.

He desafiado la Gracia con mi estupidez,
con mi ahínco de retroceder
en los sinsabores de millares de sobras
de mi pasado.

Es quizá éste desazón en mi alma
una pequeña porción del fracaso
que se repite en la necedad
de mi pequeña naturaleza.

¿En que prisión me encuentro?
¿El de la habitación de la paciencia
o en el patíbulo de mi desesperanza?
Sólo sé que estoy prisionero.

He dejado mi alma en remojo
para que un poco de lágrimas
limpie las pequeñas manchas.

Intento ver el horizonte
escalando las sombras,
intento sentir el aroma cálido
de un porvenir distinto a lo vivido
hasta ahora.

Estoy cansado del fracaso
de que mi hombría valga
lo que llevo en mis bolsillos,
que mi escasez sea el murmullo
de los “exitosos”.

Estoy cansado de esperar del fruto
que he sembrado y que nunca cosecho,
que otros coman y beban hasta saciarse
de lo que con empeño he trabajado.

Estoy cansado de luchar conmigo mismo
queriendo encontrar la puerta,
que entre cientos que he abierto,
no encuentro.

Estoy sin saber si realmente estoy,
o solo soy una sombra más
que ocupó un día en el almanaque al nacer.

Estoy rendido,
atrincherado y sin municiones,
hundido en el cieno,
esperando la impiedad del enemigo
que se acerca para matarme.

Pienso que algunos hemos nacido
para luchar y luchar,
sin más galardón que la esperanza.
Caminar, correr, arrastrase;
vivir bajo el peso de una invisible cruz
que a veces no elegimos,
pero que se nos fue impuesta,
como un cuño al nacer.

No me revelo contra el cielo,
me revelo contra mí
porque a veces tapo mis oídos
a los concejos de Dios.

Soy mi propio tropiezo,
mi propio obstáculo
que ve los límites de su ser
y no los imposibles
que convierte en posibles,
Dios.

Yo amé ciegamente sin saber amar,
donde creía que sólo con entregarme
bastaría y sería suficiente paga
para merecer amor.

Era ingenuo e insolente,
que no quiso oír concejos
y me lancé de lleno,
como un rayo a la tierra
dando el “sí acepto”.

En las tormentas maritales
siempre creí que lo perdonado
era arrojado a los pies de la cruz
para crecer sin escombros
que entorpecieran el matrimonio.

Pero para mí,
lo que creía se quedaba en el madero;
ella lo guardaba en las heridas de su orgullo
como quien guarda cosas sin valor alguno,
como tesoros que en realidad son estorbos.

Un día con sigilo y venganza
comenzó una vida en secreto
donde cada acto justificó,
cauterizando así  la conciencia;
mientras yo caminaba ciego,
mirando siempre el mañana.

Aparecieron cizañas en su persona
que herían sin tregua, sin escrúpulos;
comenzó a culparme de insignificancias;
comencé a creer que era un pésimo esposo.

Las noches cálidas
se volvieron inviernos en nuestra cama
comencé a ser un ladrón
que buscaba robarle intimidad mientras dormía;
porque entre el desprecio que yo no entendía,
 y mi fidelidad marital
hice de su letargo, mi amante.

Una noche mi hurto fue develado;
y si antes no encontraba la razón
que justificara su desprecio,
ahora se basaría en mi delito
para aborrecerme con justa causa.

Me arrojó un día al olvido
de sus prioridades
me arrancó de su vida
como quien desecha ropa vieja
sólo nos quedó el compromiso
de nuestro niño pequeño y hermoso.

Ya sin máscaras
y con la idealización hecha añicos en mi corazón;
pude ver la verdadera naturaleza
de una mujer que camina enceguecida 
porque su vanidad no la deja ver más allá
de sus apreciaciones.

Intentamos reconstruir algo de lo que llamamos amor,
pero el amor como tal,
sólo era una mentira,
un espejismo que acomodó todo
para que encajara en dos vidas
totalmente opuestas.

Me aparté de su presencia casi huyendo;
se enamoró de nuevo de otro hombre,
y vino a mi vida, la soledad que ansiaba,
creyendo en ella hallaría la paz
que nunca alcanzaba.

La madre de mi hijo se convirtió
en una persona con un odio
indescriptible hacia mi persona.

Al cabo de un año de separados,
habiendo enterrado yo todo sentimiento,
apareció casi como un milagro,
como una promesa que revindicaría
mi fracaso al amor, una muchacha,
que sin conocerme
me admiraba y quería tener un encuentro
cara a cara.

Era mi Reina Rosa, me enamoré nuevamente,
pero esta vez procuraría amar con ojos abiertos.

Ella era tierna, distraída como una niña,
pero cariñosa al punto
que podía desvelarme acariciando su cabello
y ella solo se disponía a receptar todo el amor
que en mí despertaba para envolverla.

Sólo había algo oscuro entre nosotros
y era su ex novio, aún presente.

El primer año fue mendigar amor
porque ella acordaba conmigo
que teníamos una relación abierta
sin compromisos;
yo aceptaba porque no quería perderla.

Pero Dios intervino nuevamente
y comenzó a llamarme;
y la vida desordenada que vivía
quería ordenarla,
como se ordenan los libros por tomos
en una biblioteca.

Manifesté que yo buscaba una relación verdadera,
y nos dijimos adiós.
Pero al poco tiempo ella volvió
prometiendo un compromiso sincero;
con desconfianza le creí,
permanecimos juntos
aunque no siempre estaba cómodo,
algo me inquietaba de su comportamiento,
y su ex novio siempre acechaba.

Dios me llamó más intensamente
y corrí tras él y él me decía
“deja todo atrás y sígueme”
entonces Reina Rosa comenzó a quedarse atrás.

Ella me llamaba, me buscaba por todos los caminos
que creería podría encontrarme,
y no podía dar conmigo.
Cuando yo me retraía del llamado de Dios
entonces nos volvíamos a encontrar.

Pero Dios atravesó mi corazón,
con una saeta cargada de verdad
y verdadero amor
y no pude más que caer rendido a su Santidad.

Comencé a orar por Reina Rosa,
no quería perderla,
me desvelaba orando,
quería darle el amor más puro;
que de Dios yo estaba recibiendo;
y eso era, el que tuviese ella
un encuentro con Jesús.

No me creyó cuando tuve que decirle
que Dios me decía que debía dejarla,
humanamente creyó
que había en mi vida otra persona.

Estuvimos solos,
el uno sin el otro por breve tiempo,
pero volvimos;
siempre atraídos, como el poder de la primavera
que atrae las aves de otro continente para emigrar a ella.
Reina Rosa comenzó a conocer de Dios,
ello me llenaba de alegría;
pero aún Dios me pedía dejarla.

Por un tiempo callé la voz que me aconsejaba;
entonces comencé a construir una ilusión de futuro
junto con ella, pero la misericordia de Dios
fue mayor a mi capricho y me gritó con su palabra.
Fue dura la decisión de soltarla;
la lastimé por haberla ilusionado,
la herí sin querer herirla,
porque yo la amaba...aún la amo
pero Dios era claro.

Aún recuerdo sus ojos llorosos
su ira y su amor mezclados,
así y todo, fue cariñosa
y se durmió en mi agitado pecho.

Reina Rosa tenía ciertas cosas
llamadas espinas; pero no eran tantas,
eran pequeños defectos,
propio de toda arrogante  y orgullosa flor
por su personalidad.

De ella tengo el bello recuerdo
de su admiración por mí,
sus ojos me miraban como nadie lo ha hecho;
ella era mi verdadera mujer,
estaba atenta a mí,
no le importaba mi pobreza,
no le importaba mi condición,
ella estaba presente, ella era mi futuro;
mi tierno lecho, mi inspiración.

Ella rea desordenada en algunas cosas
pero decidida en otras,
ella cuando se comportaba como niña,
despertaba en mí una paternidad
que buscaba consolarla,
y en ello veía a nuestra futura hija,
que llamaríamos Kaira.

Pero todo se ha ido…
Dios me pidió la soltara
y Él es amor;
Él sabe que es lo correcto.

A veces tiemblo al pensar
que de un momento a otro,
aparezca enamorada,
de la mano de un hombre,
que no sea yo…
Pero después de todo
sabremos que hemos hecho lo correcto;
porque esa es la voluntad de Dios.

La extraño para ser sincero;
extraño sus locuras,
sus frases sueltas sin sentido,
sus pensamientos en voz alta
sin haberlo querido decir;
su actitud profesional
cuando encara sus proyectos.
¡La extraño Dios míos!
¡Me duele su ausencia,
es como herida abierta que no termina de cerrar!

Yo no he soltado a Reina Rosa por desamor;
he soltado a Reina Rosa… por Amor.

Diego Emilio Corzo. (madrugada 20/06/2013)

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