domingo, 22 de septiembre de 2013

Tratando...

Tratando de no pensarte, más te pienso aún;
ya no sé si eres mi sombra o soy la tuya,
ya no sé, si soy contigo lo que soy,
porque sin ti, si soy yo;
el problema es que sin ti no vale la pena serlo.

Diego Emilio Corzo


miércoles, 3 de julio de 2013

Por Amor.



Esta noche sin cuerdas de guitarra
he de intentar en poesía
cantar de mi pecho a la tinta,
y de la tinta a la vehemente hoja,
unas cuantas tristes estrofas.

No sé si hoy ha sido un día vano,
que ha logrado aturdirme
con mis intentos de evadir
las consecuencias postreras,
de un adiós incierto.

He desafiado la Gracia con mi estupidez,
con mi ahínco de retroceder
en los sinsabores de millares de sobras
de mi pasado.

Es quizá éste desazón en mi alma
una pequeña porción del fracaso
que se repite en la necedad
de mi pequeña naturaleza.

¿En que prisión me encuentro?
¿El de la habitación de la paciencia
o en el patíbulo de mi desesperanza?
Sólo sé que estoy prisionero.

He dejado mi alma en remojo
para que un poco de lágrimas
limpie las pequeñas manchas.

Intento ver el horizonte
escalando las sombras,
intento sentir el aroma cálido
de un porvenir distinto a lo vivido
hasta ahora.

Estoy cansado del fracaso
de que mi hombría valga
lo que llevo en mis bolsillos,
que mi escasez sea el murmullo
de los “exitosos”.

Estoy cansado de esperar del fruto
que he sembrado y que nunca cosecho,
que otros coman y beban hasta saciarse
de lo que con empeño he trabajado.

Estoy cansado de luchar conmigo mismo
queriendo encontrar la puerta,
que entre cientos que he abierto,
no encuentro.

Estoy sin saber si realmente estoy,
o solo soy una sombra más
que ocupó un día en el almanaque al nacer.

Estoy rendido,
atrincherado y sin municiones,
hundido en el cieno,
esperando la impiedad del enemigo
que se acerca para matarme.

Pienso que algunos hemos nacido
para luchar y luchar,
sin más galardón que la esperanza.
Caminar, correr, arrastrase;
vivir bajo el peso de una invisible cruz
que a veces no elegimos,
pero que se nos fue impuesta,
como un cuño al nacer.

No me revelo contra el cielo,
me revelo contra mí
porque a veces tapo mis oídos
a los concejos de Dios.

Soy mi propio tropiezo,
mi propio obstáculo
que ve los límites de su ser
y no los imposibles
que convierte en posibles,
Dios.

Yo amé ciegamente sin saber amar,
donde creía que sólo con entregarme
bastaría y sería suficiente paga
para merecer amor.

Era ingenuo e insolente,
que no quiso oír concejos
y me lancé de lleno,
como un rayo a la tierra
dando el “sí acepto”.

En las tormentas maritales
siempre creí que lo perdonado
era arrojado a los pies de la cruz
para crecer sin escombros
que entorpecieran el matrimonio.

Pero para mí,
lo que creía se quedaba en el madero;
ella lo guardaba en las heridas de su orgullo
como quien guarda cosas sin valor alguno,
como tesoros que en realidad son estorbos.

Un día con sigilo y venganza
comenzó una vida en secreto
donde cada acto justificó,
cauterizando así  la conciencia;
mientras yo caminaba ciego,
mirando siempre el mañana.

Aparecieron cizañas en su persona
que herían sin tregua, sin escrúpulos;
comenzó a culparme de insignificancias;
comencé a creer que era un pésimo esposo.

Las noches cálidas
se volvieron inviernos en nuestra cama
comencé a ser un ladrón
que buscaba robarle intimidad mientras dormía;
porque entre el desprecio que yo no entendía,
 y mi fidelidad marital
hice de su letargo, mi amante.

Una noche mi hurto fue develado;
y si antes no encontraba la razón
que justificara su desprecio,
ahora se basaría en mi delito
para aborrecerme con justa causa.

Me arrojó un día al olvido
de sus prioridades
me arrancó de su vida
como quien desecha ropa vieja
sólo nos quedó el compromiso
de nuestro niño pequeño y hermoso.

Ya sin máscaras
y con la idealización hecha añicos en mi corazón;
pude ver la verdadera naturaleza
de una mujer que camina enceguecida 
porque su vanidad no la deja ver más allá
de sus apreciaciones.

Intentamos reconstruir algo de lo que llamamos amor,
pero el amor como tal,
sólo era una mentira,
un espejismo que acomodó todo
para que encajara en dos vidas
totalmente opuestas.

Me aparté de su presencia casi huyendo;
se enamoró de nuevo de otro hombre,
y vino a mi vida, la soledad que ansiaba,
creyendo en ella hallaría la paz
que nunca alcanzaba.

La madre de mi hijo se convirtió
en una persona con un odio
indescriptible hacia mi persona.

Al cabo de un año de separados,
habiendo enterrado yo todo sentimiento,
apareció casi como un milagro,
como una promesa que revindicaría
mi fracaso al amor, una muchacha,
que sin conocerme
me admiraba y quería tener un encuentro
cara a cara.

Era mi Reina Rosa, me enamoré nuevamente,
pero esta vez procuraría amar con ojos abiertos.

Ella era tierna, distraída como una niña,
pero cariñosa al punto
que podía desvelarme acariciando su cabello
y ella solo se disponía a receptar todo el amor
que en mí despertaba para envolverla.

Sólo había algo oscuro entre nosotros
y era su ex novio, aún presente.

El primer año fue mendigar amor
porque ella acordaba conmigo
que teníamos una relación abierta
sin compromisos;
yo aceptaba porque no quería perderla.

Pero Dios intervino nuevamente
y comenzó a llamarme;
y la vida desordenada que vivía
quería ordenarla,
como se ordenan los libros por tomos
en una biblioteca.

Manifesté que yo buscaba una relación verdadera,
y nos dijimos adiós.
Pero al poco tiempo ella volvió
prometiendo un compromiso sincero;
con desconfianza le creí,
permanecimos juntos
aunque no siempre estaba cómodo,
algo me inquietaba de su comportamiento,
y su ex novio siempre acechaba.

Dios me llamó más intensamente
y corrí tras él y él me decía
“deja todo atrás y sígueme”
entonces Reina Rosa comenzó a quedarse atrás.

Ella me llamaba, me buscaba por todos los caminos
que creería podría encontrarme,
y no podía dar conmigo.
Cuando yo me retraía del llamado de Dios
entonces nos volvíamos a encontrar.

Pero Dios atravesó mi corazón,
con una saeta cargada de verdad
y verdadero amor
y no pude más que caer rendido a su Santidad.

Comencé a orar por Reina Rosa,
no quería perderla,
me desvelaba orando,
quería darle el amor más puro;
que de Dios yo estaba recibiendo;
y eso era, el que tuviese ella
un encuentro con Jesús.

No me creyó cuando tuve que decirle
que Dios me decía que debía dejarla,
humanamente creyó
que había en mi vida otra persona.

Estuvimos solos,
el uno sin el otro por breve tiempo,
pero volvimos;
siempre atraídos, como el poder de la primavera
que atrae las aves de otro continente para emigrar a ella.
Reina Rosa comenzó a conocer de Dios,
ello me llenaba de alegría;
pero aún Dios me pedía dejarla.

Por un tiempo callé la voz que me aconsejaba;
entonces comencé a construir una ilusión de futuro
junto con ella, pero la misericordia de Dios
fue mayor a mi capricho y me gritó con su palabra.
Fue dura la decisión de soltarla;
la lastimé por haberla ilusionado,
la herí sin querer herirla,
porque yo la amaba...aún la amo
pero Dios era claro.

Aún recuerdo sus ojos llorosos
su ira y su amor mezclados,
así y todo, fue cariñosa
y se durmió en mi agitado pecho.

Reina Rosa tenía ciertas cosas
llamadas espinas; pero no eran tantas,
eran pequeños defectos,
propio de toda arrogante  y orgullosa flor
por su personalidad.

De ella tengo el bello recuerdo
de su admiración por mí,
sus ojos me miraban como nadie lo ha hecho;
ella era mi verdadera mujer,
estaba atenta a mí,
no le importaba mi pobreza,
no le importaba mi condición,
ella estaba presente, ella era mi futuro;
mi tierno lecho, mi inspiración.

Ella rea desordenada en algunas cosas
pero decidida en otras,
ella cuando se comportaba como niña,
despertaba en mí una paternidad
que buscaba consolarla,
y en ello veía a nuestra futura hija,
que llamaríamos Kaira.

Pero todo se ha ido…
Dios me pidió la soltara
y Él es amor;
Él sabe que es lo correcto.

A veces tiemblo al pensar
que de un momento a otro,
aparezca enamorada,
de la mano de un hombre,
que no sea yo…
Pero después de todo
sabremos que hemos hecho lo correcto;
porque esa es la voluntad de Dios.

La extraño para ser sincero;
extraño sus locuras,
sus frases sueltas sin sentido,
sus pensamientos en voz alta
sin haberlo querido decir;
su actitud profesional
cuando encara sus proyectos.
¡La extraño Dios míos!
¡Me duele su ausencia,
es como herida abierta que no termina de cerrar!

Yo no he soltado a Reina Rosa por desamor;
he soltado a Reina Rosa… por Amor.

Diego Emilio Corzo. (madrugada 20/06/2013)

Derechos reservados.


lunes, 24 de junio de 2013

Te sabía de memoria...



Te sabía de memoria
te leía en todos los idiomas
y en la distancia tus silencios,
decían más que tus palabras.
Podría dibujarte tal cual eres
sin tener siquiera idea de técnicas de dibujo,
podría enumerar tus lunares
y el lugar preciso de tus pecas.
Puedo saber de tus intenciones
con sólo mirar el movimientos de tus labios
y el cristal de tus pupilas al mirar.
Y me digo ¿porqué tuve que aprenderte tanto?
¡Cuánto me cuesta desaprenderte
hasta hacer de vos, una extraña!
y en esa tarea que amerita la obediencia
te extraño con esperanzas en Dios
que escribe derecho sobre renglones torcidos.

Diego Emilio Corzo.

domingo, 23 de junio de 2013

El encierro se asemeja...




El encierro se asemeja a la tumba
El fallecido desaparece del mundo
Es puesto en su nicho
Y de ves en cuando recibe una visita

Sólo que los muertos ya no sienten
Mientras que los presos han muerto al tiempo
El tiempo se convierte en su verdugo
Y sus vidas se convierten en espectros.

Anhelan la libertad con esperanza
pero empuñan la insolencia como escudo
cuando al fin cumplen la condena
y salen de sus tumbas pero sus almas quedan dentro.

Es triste la vida del condenado por sus actos
Pero más triste cuando no siente remordimiento
Y los que si se arrepienten y lloran su culpa
A esos Dios perdona; a esos Dios los llama hijo

Y aunque el mundo los juzgue y les ponga títulos
Eso no les afecta, no por recelo o rencor,
Sino porque en éste mundo no está su ciudadanía,
Sino en los cielos, y el gozo de la vida eterna.

Porque Dios mira el corazón de los hombres
Y no su apariencia, él sabe quien le ama y quien le desprecia,
Y el carcelero que azotó a escondidas al violador,
Al homicida, o al ladrón; y se enorgulleció de hacer su justicia;
Sin tener en cuenta la justicia de Dios;
Será condenado en el día del juicio
por aquellos que él azotó,
Si éstos condenados arrepentidos confesaron sus pecados
Y entregaron sus vidas al señor.

Porque los justos heredaran el reino de los Cielos
Y el justo no es quien se jacta de su justicia
Sino que pone la justicia de Dios antes que la suya.

Diego Emilio Corzo  

viernes, 21 de junio de 2013




Confundí un instante con el infinito
y entregué de mis labios los mejores besos,
de mi corazón, los más profundos secretos;
no oculté mi debilidad ni el pasado inalterable
puse mi alma al sol para no quedar nada a oscuras.

Toleré lo intolerable, esperé lo que nadie espera,
perdoné lo que para algunos es imperdonable,
y desaparecí en el silencio sacrosanto de la divina voluntad.

Hoy recojo olvido desierto y despojos.
trago el sabor de la desilusión
y el consuelo de la revelación
he amado ciegamente
y en tinieblas palpaba lo que pensaba me pertenecía
cuando en realidad ponían frente a mí,
un rostro que no era real;
eran las sobras de un viejo amor
el eco de una entrega ajena
que encontraba su saciedad…en mi.

Diego Emilio Corzo.