lunes, 20 de agosto de 2012


Manifiesto de Amor.

Hay quienes hemos muerto varias veces
porque nos hemos lanzado a la locura de amar sin saber que es el amor
y hemos confundido cardos por rosas
hemos bebido de labios que nos han tenido prisioneros
e incluso hemos festejado de ser esclavos moribundos,
a merced de quienes entregamos nuestras vidas
como si le entregásemos a un ídolo.
Nuestros corazones buscan inevitablemente la adoración
y confundimos nuestra sed de amar y encontrar un amor,
buscando a la persona que será la razón de nuestra adoración;
y los proclamamos ídolos en nuestros corazones, que incluso siendo de barros,
los vemos de oro, angelicales y perfectos.
Pero en esta carrera loca hacia la muerte
vivimos la vida con cierto frenesí de atosigarnos de vivencias,
amores (ídolos) aquí y allá.
Con la idea fija de vencer a la muerte
hacemos de nuestras vidas una suerte de laberintos,
nos perdemos en sus pasillos, volvemos sobre los mismos
y nunca encontramos la salida de ésta carrera desenfrenada,
donde ilusionados, aceleramos nuestros pasos tras creer vislumbrar
la salida, y nos encontramos con otro pasaje sin escapatoria;
hasta que caemos rendidos y abatidos, donde el respirar incluso nos es molesto…
Y es entonces cuando escuchamos la voz que venimos callando
la voz que nos dice “ven a mí hijo”.
Si somos capaces de humillarnos dejando de lado nuestro yo,
sabremos que el amor siempre estuvo,
que la inevitable sed de adorar es parte de nuestra naturaleza para con Dios,
pero en tiempos de incredulidad preferimos adorar a nuestros pareceres
y ya no vemos al amor como un tesoro inalcanzable
porque el amor está allí, en el Dios vivo
y el manifiesto de amor más puro lo hallamos en Jesucristo,
su unigénito, que dio la vida para cada ser humano que cree en él,
como el único camino, verdad y vida;
creyendo por fe éstas verdades,
despertamos de la vieja vida que muere tras nosotros,
pero se levanta una nueva, con los ojos puesto en Cristo
ya no andamos como ciegos que vuelven tras sus pasos
sino como lumbreras amando a Dios y amando a nuestro prójimo
que son todos aquellos que nos rodean,
comprendiendo que amar no es fácil
pero es un desafío de todos los días, animarnos a entregarnos
a ser instrumentos de amor para que otros conozcan
el amor del Dios padre en nosotros;
así, tal vez encontraremos la persona que el Altísimo
sabe que deseamos encontrar con todo nuestro corazón,
para que ya, no siendo uno sino dos,
unamos las fuerzas en una institución tan sagrada
por ser la primera que instituyó nuestro señor,
el Matrimonio del hombre y la mujer

Diego Emilio Corzo.




1 comentario:

Anna Genovés dijo...

Tu amor traspasan las fronteras de lo humano y se aposenta en lo místicoy divino.

Palabras sinceras y llenas de sabiduría, gracias querido amigo; y recuerda, vivimos en el infierno.

Lo próligo es convertirlo en cielo. Un beso muy fuerte amigo espiritual, Ann@